jueves, 20 de febrero de 2014

Los verdaderos dueños del mundo ( Primera parte ) 1-4

El reflejo de la santidad

Vídeo del capítulo 14. IX. Un Curso de Milagros


Un Curso De Milagros

Capítulo 14

El reflejo de la santidad

La Expiación no te hace santo. Fuiste creado santo. La Expiación lleva simplemente lo que no es santo ante la santidad; o, en otras palabras, lo que inventaste ante lo que eres. Llevar ilusiones ante la verdad, o el ego ante Dios, es la única función del Espíritu Santo. No trates de ocultarle al Padre lo que has hecho, pues ocultarlo te ha costado no conocerte a ti mismo ni conocer a Dios. El conocimiento está a salvo, mas ¿qué seguridad tienes aparte de él? La invención del tiempo para que ocupase el lugar de lo eterno se basó en tu decisión de no ser como eres. De esta manera, la verdad pasó a ser el pasado, y el presente se consagró a las ilusiones. El pasado fue alterado también y se interpuso entre lo que siempre ha sido y el ahora. El pasado que tú recuerdas jamás tuvo lugar, y no representa sino la negación de lo que siempre ha sido.
Llevar el ego ante Dios no es sino llevar el error ante la verdad, donde queda corregido por ser lo opuesto a aquello con lo que se encuentra. Allí queda disuelto porque la contradicción no puede seguir en pie. ¿Por cuánto tiempo puede seguir en pie la contradicción una vez que se ha expuesto su absoluta imposibilidad? Lo que desaparece en la luz no es atacado. Simplemente desaparece porque no es verdad. La idea de que hay diferentes realidades no tiene sentido, pues la realidad es una sola. La realidad no cambia con el tiempo, el estado de ánimo o la ocasión. Su naturaleza inmutable es lo que hace que sea real. Esto no se puede deshacer. El proceso de des-hacimiento sólo es aplicable a la irrealidad. Y eso es lo que la realidad hará por ti.
La verdad, simplemente por ser lo que es, te libera de todo lo que no es verdad. La Expiación es tan dulce, que basta con que la llames con un leve susurro para que todo su poder acuda en tu ayuda y te preste apoyo. Con Dios a tu lado no puedes ser débil. Pero sin Él no eres nada. La Expiación te ofrece a Dios. El regalo que rechazaste Él lo conserva en ti. El Espíritu Santo lo salvaguarda ahí para ti. Dios no ha abandonado Su altar, aunque Sus devotos hayan entronado a otros Dioses en él. El templo sigue siendo santo, pues la Presencia que mora dentro de él es la santidad.
La santidad espera serenamente en el templo el regreso de aquellos que la aman. La Presencia sabe que ellos retornarán a la pureza y a la gracia. La misericordia de Dios los admitirá con gran ternura, desvaneciendo toda sensación de dolor y pérdida con la garantía inmortal del Amor de su Padre. Allí el miedo a la muerte será reemplazado por la alegría de vivir, pues Dios es Vida, y ellos moran en la Vida. La Vida es tan santa como la Santidad mediante la que fue creada. La Presencia de la santidad vive en todo lo que vive, pues la santidad creó la vida y no puede abandonar lo que creó tan santo como ella misma.
En este mundo puedes convertirte en un espejo inmaculado, en el que la santidad de tu Creador se refleje desde ti hacia todo lo que te rodea. Puedes ser el reflejo del Cielo aquí. Pero el espejo que desee reflejar a Dios no puede albergar imágenes de otros Dioses que lo empañen. La tierra puede reflejar el Cielo o el infierno; a Dios o al ego. Lo único que necesitas hacer es mantener el espejo limpio y libre de toda imagen en la que se oculta la obscuridad que jamás hayas superpuesto sobre él. Dios brillará en él por Su cuenta. Sólo el claro reflejo de Dios puede ser percibido en dicho espejo.
Los reflejos se ven en la luz. En las tinieblas es difícil verlos, y su significado parece encontrarse únicamente en interpretaciones cambiantes en lugar de en sí mismos. El reflejo de Dios no necesita interpretación. Es claro. Limpia el espejo, y no habrá nadie que no pueda entender el mensaje que refulge desde él para que todos lo vean. Ese mensaje es el que el Espíritu Santo pone frente al espejo que se encuentra en todos. Todos lo reconocen porque se les ha enseñado que tienen necesidad de él, pero no saben dónde buscar para encontrarlo. Deja, por lo tanto, que lo vean en ti y que lo compartan contigo.
Si pudieses darte cuenta, aunque sólo fuese por un instante, del poder curativo que el reflejo de Dios que brilla en ti puede brindar a todo el mundo, apenas podrías esperar a limpiar el espejo de tu mente a fin de que pudiese recibir la imagen de santidad que sana al mundo. La imagen de santidad que refulge en tu mente no se encuentra oculta ni jamás podrá cambiar. Su significado le resulta evidente a todo aquel que la contempla, pues todos la perciben de la misma manera. Todos llevan sus diferentes problemas ante su luz sanadora y allí todos quedan resueltos.
La respuesta de la santidad a cualquier forma de error es siempre la misma. No hay contradicción en lo que la santidad suscita. Sea cual fuere lo que se lleve ante ella su única respuesta es la curación. Aquellos que han aprendido a ofrecer únicamente curación, están por fin listos para alcanzar el Cielo debido a la santidad que se refleja en ellos. En el Cielo la santidad no es un reflejo, sino la verdadera condición de lo que aquí no era más que un reflejo en ellos. Dios no es una imagen, y Sus creaciones, en cuanto que parte de Él, lo contienen a Él dentro de ellas mismas. Ellas no reflejan simplemente la verdad, sino que son la verdad.
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