sábado, 12 de abril de 2014



LECCIÓN 102
Comparto con Dios Su Voluntad de que yo sea feliz.
1. Tú no quieres sufrir. 2Tal vez creas que el sufrimiento te puede aportar algo, y puede que en cierta medida todavía creas que te aporta algo que deseas. 3Esta creencia, no obstante, ha quedado sin duda quebrantada ahora, por lo menos lo suficiente como para permitirte ponerla en duda y empezar a sospechar que en realidad no tiene sentido. 4Aún no ha desaparecido, mas ya no tiene las raíces que en un tiempo la sujetaban con firmeza a los ocultos y tenebrosos recovecos de tu mente.
2. Hoy trataremos de disminuir aún más su debilitado agarre, y de darnos cuenta de que el dolor no tiene objeto, ni causa, ni poder alguno con que lograr nada. 2No puede aportarte nada en absoluto. 3No te ofrece nada y no existe. 4Y todo lo que crees que te ofrece es tan inexistente como él. 5Has sido esclavo de algo que no es nada. 6Sé libre hoy de unirte a la feliz Voluntad de Dios.
3. Durante varios días continuaremos dedicando nuestras sesio­nes de práctica a llevar a cabo ejercicios que han sido diseñados para ayudarte a encontrar la felicidad que la Voluntad de Dios ubicó en ti. 2Ahí se encuentra tu hogar y tu seguridad. 3Ahí se encuentra tu paz y ahí no hay miedo. 4Ahí se encuentra la salva­ción. 5Ahí por fin encuentras descanso.
4. Da comienzo hoy a tus sesiones de práctica con esta declara­ción de que aceptas lo que la Voluntad de Dios dispone para ti:
2Comparto con Dios Su Voluntad de que yo sea feliz.
aY acepto ahora la felicidad como mi función.
3Busca entonces esa función en lo más recóndito de tu mente, pues está ahí, esperando tan sólo tu decisión. 4No puedes dejar de encontrarla una vez que te des cuenta de que ésa es tu deci­sión y de que compartes con Dios Su Voluntad.
5. Sé feliz, pues tu única función aquí es la felicidad. 2No tienes por qué ser menos amoroso con el Hijo de Dios que Aquel Cuyo Amor lo creó tan amoroso como Él Mismo. 3Además de estos descansos de cinco minutos cada hora, haz frecuentes pausas hoy para decirte a ti mismo que ahora has aceptado la felicidad como tu única función aquí. 4Y ten por seguro que al hacer esto te esta­rás uniendo a la Voluntad de Dios.

El pecado en contraposición al error

Vídeo del capítulo 19. II. Un Curso de Milagros


Un Curso De Milagros

Capítulo 19

El pecado en contraposición al error

Es esencial que no se confunda el error con el pecado, ya que esta distinción es lo que hace que la salvación sea posible. pues el error puede ser corregido, y lo torcido, enderezado. Pero el pecado, de ser posible, sería irreversible. La creencia en el pecado está necesariamente basada en la firme convicción de que son las mentes, y no los cuerpos, las que atacan. Y así, la mente es culpable y lo será siempre, a menos que una mente que no sea parte de ella pueda darle la absolución. El pecado exige castigo del mismo modo en que el error exige corrección, y la creencia de que el castigo es corrección es claramente una locura.
El pecado no es un error, pues el pecado comporta una arrogancia que la idea del error no posee. Pecar supondría violar la realidad, y lograrlo. El pecado es la proclamación de que el ataque es real y de que la culpabilidad está justificada. Da por sentado que el Hijo de Dios es culpable, y que, por lo tanto, ha conseguido perder su inocencia y también convertirse a sí mismo en algo que Dios no creó. De este modo, la creación se ve como algo que no es eterno, y la Voluntad de Dios como susceptible de ser atacada y derrotada. El pecado es la gran ilusión que subyace a toda la grandiosidad del ego. Pues debido a él, Dios Mismo cambia y se le priva de Su Plenitud.
El Hijo de Dios puede estar equivocado, engañarse a sí mismo e incluso usar el poder de su mente contra sí mismo. Pero no puede pecar. No puede hacer nada que en modo alguno altere su realidad, o que haga que realmente sea culpable. Eso es lo que el pecado quisiera hacer, pues ése es su propósito. Mas a pesar de toda la salvaje demencia inherente a la idea del pecado, éste sigue siendo imposible. Pues el costo del pecado es la muerte, y ¿podría acaso perecer lo que es inmortal?
Uno de los principales dogmas de la descabellada religión del ego es que el pecado no es un error sino la verdad, y que la inocencia es la que pretende engañarnos. La pureza se considera arrogancia, y la aceptación de nuestro ser como algo pecaminoso se percibe como santidad. Y es esta doctrina la que substituye a la realidad del Hijo de Dios tal como su Padre lo creó, y tal como dispuso que fuese para siempre. ¿Es esto humildad? ¿O es más bien un intento de desgajar a la creación de la verdad, y de mantenerla aparte?
Él ego siempre considerará injustificable cualquier intento de reinterpretar el pecado como un error. La idea del pecado es absolutamente sacrosanta en su sistema de pensamiento, y sólo puede abordarse con respeto y temor reverente. Es el concepto más "sagrado" del sistema del ego: bello y poderoso, completamente cierto, y protegido a toda costa por cada una de las defensas que el ego tiene a su disposición. Pues en el pecado radica su "mejor" defensa, a la que todas las demás sirven. El pecado es su armadura, su protección y el propósito fundamental de la relación especial tal como el ego la interpreta.
Puede ciertamente afirmarse que el ego edificó su mundo sobre el pecado. Únicamente en un mundo así podría todo ser a la inversa. Esta es la extraña ilusión que hace que las nubes de la culpabilidad parezcan densas e impenetrables. La solidez que los cimientos de este mundo parecen tener descansa en ello. Pues el pecado ha hecho que la creación, de ser una Idea de Dios, pase a ser un ideal del ego: un mundo que él rige, compuesto de cuerpos inconscientes y capaces de caer presa de la corrupción y decadencia más absolutas. Si esto es un error, la verdad puede deshacerlo fácilmente, pues todo error puede ser corregido sólo con que se le permita a la verdad juzgarlo. Pero si al error se le otorga el rango de verdad, ¿ante qué se podría llevar? La "santidad" del pecado se mantiene intacta debido únicamente a este extraño mecanismo. En cuanto que verdad, el pecado es inviolable, y todo se lleva ante él para ser juzgado. Más si es un error, es él el que tiene que ser llevado ante la verdad. Es imposible tener fe en el pecado, pues el pecado es falta de fe. Mas es posible tener fe en el hecho de que cualquier error puede ser corregido.
No hay un solo baluarte en toda la ciudadela fortificada del ego más celosamente defendido que la idea de que el pecado es real, y de que es la expresión natural de lo que el Hijo de Dios ha hecho de sí mismo y de lo que es. Para el ego eso no es un error. Pues ésa es su realidad: la "verdad" de la que nunca se podrá escapar. Ese es su pasado, su presente y su futuro. Pues de alguna manera se las ha arreglado para corromper a su Padre y hacerle cambiar de parecer por completo. ¡Llora, pues, la muerte de Dios, a Quien el pecado asesinó! Éste sería el deseo del ego, que en su demencia cree haberlo logrado.
¿No preferirías que todo esto no fuese más que una equivocación, completamente corregible, y de la que fuese tan fácil escapar que rectificarla totalmente sería tan sencillo como atravesar la neblina y llegar hasta al sol? Pues eso es todo lo que es. Quizá te sientas tentado de coincidir con el ego en que es mucho mejor ser pecador que estar equivocado. Mas piensa detenidamente antes de permitirte a ti mismo tomar esa decisión. No la tomes a la ligera, pues es la elección entre el Cielo y el infierno.
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