sábado, 7 de noviembre de 2015

El proyecto secreto Solar Warden


CÓMO DEFENDERNOS DE LOS DIOSES (V)
El tercer consejo para defenderse de los dioses podría ser, en cierta manera, contrario al que Moisés recibió en la tabla de piedra: “Me adorarás”. Conociendo como conocemos a estas alturas a Yahvé, esto nos servirá de guía para enunciar nuestro mandamiento:
3º. No invoques a nadie. No llames a nadie para adorarlo. No te postres ante ningún dios-persona ni ante ningún dios-cosa para rendirle culto o para celebrarle ritos. (En otro momento explicaremos cómo este “no invoques a nadie” hay que explicarlo con relación a Jesucristo).
El verdadero Dios del universo, la Suprema Inteligencia, totalmente incognoscible en su totalidad por la mente humana, no anda exigiendo, como un amante celoso, que sus criaturas le rindan constantemente adoración, o le den muestras de amor. Esto sí encaja con la idea que en el cristianismo se tiene de Dios. Un “fulano” muy poderoso que se parece muchísimo a nosotros, en nuestros aspectos positivos y en nuestros aspectos negativos. Un dios así, es lógico que exija entrega, alabanzas y hasta regalos. Pero el Dios verdadero no es ningún pobre mendigo; el Dios verdadero continúa en su interminable tarea de crear, y de complacerse viendo cómo sus criaturas se desenvuelven cada una según su naturaleza, sin que tengan que estar constantemente volviéndose hacia Él para darle gracias o para pedirle que no las condene a algún castigo eterno.
Cuando se invoca a alguien, se está propiciando su presencia; por un lado, se le está animando a que se manifieste y hasta, en muchas ocasiones, la energía mental de los fervientes adoradores, está fortaleciendo físicamente la capacidad de manifestarse de un dios; y por otro lado, se está debilitando el propio psiquismo, disminuyendo su resistencia a las influencias externas y acondicionándolo con ello a recibir más sumisamente el “mensaje” o las imposiciones del dios.
En la vida humana, el adulto normal no anda corriendo a cada paso a ver qué le dice su padre; sencillamente porque él tiene que tomar sus propias decisiones y, de hecho, las toma, sin pensar que por eso ofende a su padre. En cambio, en el terreno religioso, hemos sido adoctrinados y condicionados a no fiarnos de nosotros mismos y a tener que estar constantemente consultando a Dios, a ver cuál es su voluntad en aquel preciso momento, y en la práctica siguiendo las directrices que, a los que se llaman sus representantes, nos han trazado de antemano.
La mejor adoración que, de hecho, le podemos rendir a Dios, es el recto uso de la inteligencia y de las criaturas de la naturaleza, cosa esta que en el cristianismo ha sido completamente menospreciada, siendo el abuso de la naturaleza algo que, según el punto de vista de los doctrinarios cristianos, no tiene nada que ver con la religión. El respeto a la vida –como quiera que esta se manifieste—es en alguna religión oriental, uno de los mandamientos fundamentales.
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