jueves, 27 de noviembre de 2014

Del Autoengaño al engaño colectivo


Nacimiento y crianza

Todo nuestro sistema de creencias se organiza durante nuestra infancia, basado en las palabras nombradas por las personas más influyentes afectivamente.

Todo nuestro sistema de creencias se organiza durante nuestra infancia, basado en las palabras nombradas por las personas más influyentes afectivamente. La mayoría de las veces esa persona ha sido nuestra mamá. Lógicamente todo eso que mamá nombró, estuvo teñido por el punto de vista desde el cual ella observaba y comprendía la vida.
Luego crecemos… pero las interpretaciones, los recuerdos y las opiniones que emitimos, suelen seguir la línea establecida desde tiempos remotos. Podemos decir que casi todos los individuos crecemos usando una “lente prestada”. ¿Cómo sería una lente propia? Para que se haya organizado, deberíamos haber contado con adultos conscientes y dispuestos a observarnos y a preguntarnos a cada instante, acompañándonos en el despliegue de nuestros procesos afectivos íntimos.
La cuestión es que el auto engaño es muy habitual. Simplemente hemos crecido creyendo que somos “eso” que mamá ha nombrado: El más bueno, el más valiente, el más maduro, el más tonto o el más molesto. Luego disponemos nuestros escenarios desde esas miradas parciales, es decir incompletas.
¿Cómo podríamos superar esos auto engaños? En principio, aceptando las voces de los demás, sobre todo de quienes observan el territorio desde puntos de vista bien diferenciados. Porque no se trata de quien tiene razón, sino de ampliar la mirada.
Esto que ocurre habitualmente en nuestras vidas privadas, se plasma de manera análoga a escala social. Las comunidades somos la suma de muchos individuos -quienes incluso cuando las realidades internas, las experiencias y los sentimientos nos conduzcan a otro lugar- preferimos defender nuestras creencias engañadas y alejadas de nuestro ser esencial. Es automático. Por lo tanto, entre todos organizamos comunidades fáciles de engañar. Sostenemos ejércitos de personas aferradas a cualquier creencia dicha por alguien en quien delegamos poder y a quien no estamos dispuestos a contrariar. Como a mamá.
Por eso descreo de las transformaciones sociales si no vienen entrelazadas con procesos individuales comprometidos con nuestra realidad interior. Necesitamos abrir el juego. Precisamos no concordar ni alinearnos con nadie, revisando los estragos de esa lealtad emocional organizada durante nuestra primera infancia. ¿Por qué lo haríamos? Porque ya no somos niños. En cambio seguir creyendo fielmente cualquier cosa dicha con carácter y decisión, nos deja con las manos atadas.
Es muy fácil engañar a sociedades enteras, cuando la mayoría de quienes somos adultos hoy nos hemos alineado ciegamente a los deseos de mamá. Cualquier político lo sabe.
Laura Gutman


Un Curso De Milagros
Lección 58
Repaso de las lecciones 36 - 40

Un Curso De Milagros

LECCIÓN 58

Repaso de las lecciones 36 - 40

Hoy vamos a repasar las siguientes ideas:
(36) Mi santidad envuelve todo lo que veo.
De mi santidad procede la percepción del mundo real. Habiendo perdonado, ya no me considero culpable. Puedo aceptar la inocencia que es la verdad con respecto a mí mismo. Cuando veo el mundo con los ojos del entendimiento, sólo veo su santidad porque lo único que puedo ver son los pensamientos que tengo acerca de mí mismo.
(37) Mi santidad bendice al mundo.
La percepción de mi santidad no me bendice únicamente a mí. Todas las personas y todo cuanto veo en su luz comparten la dicha que mi santidad me brinda. No hay nada que esté excluido de esta dicha porque no hay nada que no comparta mi santidad. A medida que reconozca mi santidad, la santidad del mundo se alzará resplandeciente para que todos la vean.
(38) No hay nada que mi santidad no pueda hacer.
El poder curativo de mi santidad es ilimitado porque su poder para salvar es ilimitado. ¿De qué me tengo que salvar, sino de las ilusiones? ¿Y qué son las ilusiones sino falsas ideas acerca de mí? Mi santidad las desvanece a todas al afirmar la verdad de lo que soy. En presencia de mi santidad, la cual comparto con Dios Mismo, todos los ídolos desaparecen.
(39) Mi santidad es mi salvación.
Puesto que mi santidad me absuelve de toda culpa, reconocer mi santidad es reconocer mi salvación. Es también reconocer la salvación del mundo. Una vez que haya aceptado mi santidad, nada podrá atemorizarme. Y al no tener miedo, todos compartirán mi entendimiento, que es el regalo que Dios me hizo a mí y al mundo.
(40) Soy bendito por ser un Hijo de Dios.
En esto reside mi derecho a lo bueno y sólo a lo bueno. Soy bendito por ser un Hijo de Dios. Todo lo que es bueno me pertenece porque así lo dispuso Dios. Por ser Quien soy no puedo sufrir pérdida alguna, ni privaciones ni dolor. Mi Padre me sustenta, me protege y me dirige en todo. El cuidado que me prodiga es infinito y eterno. Soy eternamente bendito por ser Su Hijo.
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