sábado, 1 de marzo de 2014

Los Protocolos de los Sabios de Sion - Documental Completo en Español -





El relato



El primer congreso sionista ocurrió en Basilea en 1897. Convocado por el periodista e intelectual del imperio austro-húngaro Theodor Herzl, éste marcó el inicio formal del sionismo político cuya épica culminaría en el establecimiento de Israel en 1948. Allí se sentaron las bases y se diseñó un programa de acción política para forjar la creación del primer y único estado judío del mundo. Al finalizar el congreso, Herzl escribió esta anotación en su diario personal: "Si yo fuera a sintetizar el Congreso de Basilea en una palabra -que cuidaré de pronunciarla públicamente- sería ésta: en Basilea he fundado el estado judío. Si yo dijera esto en voz alta hoy, sería respondido con carcajadas universales. Quizás en cinco años, ciertamente en cincuenta, todos lo sabrán".

Pero el propósito del congreso sionista celebrado en aquella localidad suiza sería prontamente usurpado por la policía secreta zarista y transformado en una de las mentiras más perdurables, propagadas y dañinas de toda la historia del antisemitismo mundial. En algún momento entre 1897 y 1899, Pytor Rachovsky, jefe de la sección foránea de la Ojrana (como se conocía a la policía secreta rusa) en París comenzó a elaborar un documento cuya finalidad era difamar a los judíos. Él se basó en dos libros publicados en la década del sesenta del siglo XIX -Diálogo en los Infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice Joly y Biarrtiz, novela antisemita de Hermann Goedesche- y le dio una gran vuelta de tuerca para acomodar esos relatos de modo tal que los judíos quedasen expuestos como dominadores globales. Su texto presentaba por primera vez los supuestos verdaderos protocolos del congreso sionista de 1897 según los cuales los judíos habían ideado un complot para conquistar el mundo y habían encubierto la ambición tras la fachada de una reunión político-nacionalista. Las autoridades rusas buscaban justificar ideológicamente las persecuciones contra la comunidad hebrea en Rusia. Terminaron justificando, en las mentes de los antisemitas al menos, las persecuciones contra los judíos por doquier.

La Ojranalo divulgó por aquí y por allá. En 1903 apareció una versión abreviada en el diario Znamya de San Petersburgo. En 1905 fue añadido como un capítulo al libro Lo Grande en Pequeño: el Advenimiento del Anticristo y el Dominio de Satán en la Tierra de Serge Nilus. Durante la siguiente década y media continuó su propagación, con impacto menor. Pero a partir de 1920 comenzó a ser publicado en varias lenguas más allá de la rusa: en alemán, francés, polaco, italiano e inglés entre otras. Ese mismo año el magnate de la industria automotor, Henry Ford, publicó en los Estados Unidos El Judío Internacional, un texto judeófobo fuertemente inspirado por los Protocolos; fue traducido a una docena de idiomas. Apenas a tres años de la revolución bolchevique, en la que una minoría judía participó de manera visible, la presunta primicia se expandió velozmente.

Más de un siglo ya ha transcurrido desde que un oscuro espía ruso ideara esta patraña inverosímil. Su perdurabilidad quizás yazca en un axioma del antisemitismo: cuánto más lunática la acusación, ésta será más creíble

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El instante santo y las leyes de Dios

Vídeo del capítulo 15. VI. Un Curso de Milagros



Un Curso De Milagros

Capítulo 15

El instante santo y las leyes de Dios

Es imposible usar una relación a expensas de otra sin sentir culpabilidad. Y es igualmente imposible condenar parte de una relación y encontrar paz en ella. De acuerdo con las enseñanzas del Espíritu Santo, todas las relaciones son compromisos totales, si bien, no hay conflicto alguno entre ellas. Tener absoluta fe en que cada una de ellas tiene la capacidad de satisfacerte completamente, sólo puede proceder de una perfecta fe en ti mismo. Mas no puedes tener fe en ti mismo mientras sigas sintiendo culpabilidad. Y seguirás sintiendo culpabilidad mientras aceptes la posibilidad - y la tengas en gran estima - de que puedes hacer que un hermano sea lo que no es sólo porque tú lo desees.
La razón de que tengas tan poca fe en ti mismo es que no estás dispuesto a aceptar el hecho de que dentro de ti se encuentra el amor perfecto. Y así, buscas afuera lo que no se puede encontrar afuera. Yo te ofrezco la perfecta fe que tengo en ti, en lugar de todas tus dudas. Pero no te olvides de que la fe que tengo en todos tus hermanos tiene que ser tan perfecta como la que tengo en ti, pues, de lo contrario, el regalo que te hago sería limitado. En el instante santo compartimos la fe que tenemos en el Hijo de Dios porque juntos reconocemos que él es completamente digno de ella, y en nuestro aprecio de su valía no podemos dudar de su santidad. Y, por lo tanto, le amamos.
Toda separación desaparece conforme se comparte la santidad. Pues la santidad es poder, y cuando se comparte, su fuerza aumenta. Si intentas satisfacerte gratificando tus necesidades tal como las percibes, es porque crees que la fuerza procede de otro, y que lo que tú ganas, él lo pierde. Si te percibes como débil, alguien siempre tiene que salir perdiendo. Sin embargo, hay otra interpretación de las relaciones que transciende completamente el concepto de pérdida de poder.
No te resulta difícil creer que cuando otro le pide amor a Dios, tu propia petición no pierde fuerza. Tampoco crees que cuando Dios le contesta tus esperanzas de recibir una respuesta se ven mermadas. Por el contrario, te sientes más inclinado a considerar el éxito de tu hermano como una prueba de la posibilidad del tuyo. Eso se debe a que reconoces, aunque sea vagamente, que Dios es una idea, y, por consiguiente, tu fe en Él se fortalece al compartirla. Lo que te resulta difícil aceptar es el hecho de que, al igual que tu Padre,  eres una idea. Y al igual que Él, te puedes entregar totalmente sin que ello suponga ninguna pérdida para ti y de ello sólo se puedan derivar ganancias. En esto reside la paz, pues en ello no hay conflicto.
En el mundo de la escasez, el amor no significa nada y la paz es imposible. Pues en él se aceptan tanto la idea de ganar como la de perder, y, por lo tanto, nadie es consciente de que en su interior reside el amor perfecto. En el instante santo reconoces que la idea del amor mora en ti, y unes esta idea a la Mente que la pensó y que jamás podría abandonarla. Puesto que dicha Mente mantiene dentro de si la idea del amor, no puede haber pérdida alguna. El instante santo se convierte así en una lección acerca de cómo mantener a todos tus hermanos en tu mente, sin experimentar pérdida alguna sino tan sólo compleción. De esto se deduce que sólo puedes dar. Y esto es amor, pues únicamente esto es natural de acuerdo con las leyes de Dios. En el instante santo prevalecen las leyes de Dios, que son las únicas que tienen sentido. Las leyes de este mundo, por otra parte, dejan detenerlo. Cuando el Hijo de Dios acepta las leyes de Dios como lo que su propia voluntad gustosamente dispone, es imposible que se sienta aprisionado o limitado en forma alguna. En ese instante es tan libre como Dios quiere que sea. Pues en el instante en que se niega a estar aprisionado, en ese mismo instante deja de estarlo.
En el instante santo no ocurre nada que no haya estado ahí siempre. Lo único que sucede es que se descorre el velo que cubría la realidad. Nada ha cambiado. Sin embargo, cuando se descorre el velo del tiempo, la conciencia de inmutabilidad aflora de inmediato. Nadie que aún no haya experimentado el descorrimiento del velo y se haya sentido irresistiblemente atraído hacia la luz que se encuentra tras él, puede tener fe en el amor sin experimentar miedo alguno. Mas el Espíritu Santo te da esa fe porque me la ofreció a mi y yo la acepté. No tengas miedo de que se te vaya a negar el instante santo, pues yo no lo negué. Y a través de mi, el Espíritu Santo te lo dará a ti, del mismo modo en que tú a tu vez habrás de darlo. No permitas que ninguna necesidad que percibas nuble la necesidad que tienes del instante santo. Pues en él reconocerás la única necesidad que los Hijos de Dios comparten por igual, y por medio de este reconocimiento te unirás a mi para ofrecer lo único que es necesario.
La paz llegará a través de nosotros. Únete a mí en la idea de la paz, pues las mentes se comunican por medio de ideas. Si te entregases tal como tu Padre entrega Su Ser, entenderías lo que es la Conciencia del Ser. Y con ello entenderías el significado del amor. Pero recuerda que el entendimiento es algo propio de lamente, y sólo de la mente. El conocimiento, por lo tanto, es algo propio de la mente y sus condiciones se encuentran en ésta junto con él. Si no fueses una idea, y nada más que una idea, no podrías estar en plena comunicación con todo lo que jamás ha existido. Sin embargo, mientras prefieras ser otra cosa, o intentes no ser nada más y al mismo tiempo ser otra cosa, no podrás recordar el lenguaje de la comunicación, si bien lo conoces perfectamente.
En el instante santo se recuerda a Dios, y con Él se recuerda el lenguaje con el que te comunicas con todos tus hermanos. Pues la comunicación se recuerda en unión con otro, al igual que la verdad. No hay exclusión en el instante santo porque el pasado desaparece, y con él desaparece también la base de la exclusión. Sin su fuente, la exclusión se desvanece. Y esto permite que la Fuente que tú y tus hermanos compartís la reemplace en tu conciencia. Dios y Su poder ocuparán el lugar que les corresponde ocupar en ti, y tú experimentarás la plena comunicación de ideas con ideas. Mediante tu capacidad para hacer esto te darás cuenta de lo que eres, pues empezarás a entender lo que es tu Creador y lo que es Su creación junto con Él.
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