lunes, 21 de abril de 2014

Dejar de echarle la culpa al sistema
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Quien mira hacia fuera sueña, quien mira hacia dentro despierta. La realidad está en el corazón, la fantasía en la cabeza.
por Gustavo Levín 
Dejar de mirar hacia fuera y volverse hacia dentro es un gran paso hacia la verdad. Echarle la culpa de todos nuestros males a la cultura, a la sociedad, al gobierno, a la familia es una pose muy cómoda. Y esto no es otra cosa que depositar una imposibilidad que está dentro de uno mismo en el sistema del que uno es parte. Ese sistema que supuestamente nos inmoviliza, que no nos deja caminar, avanzar, crear, crecer, ser.
La propuesta no es taparse los ojos y salir violentamente a romper con todo, sino todo lo contrario. Para que se produzca un pequeño o gran movimiento, habrá que aceptar que el afuera no va a cambiar. Habrá que aceptar que yo soy y he sido parte de ese sistema “interno”, pasiva o activamente, no haciendo nada o sólo quejándome.
La libertad empieza por reconocer los límites que impone el programa que tiene configurada nuestra cabeza. Habrá que desprogramarse, habrá que limpiar la suciedad que trae consigo nuestra mente, habrá que pedir ayuda si es necesario para realizar ese trabajo de encontrarse con quien uno verdaderamente es.
Para despertar y dejar de soñar, habrá que reconocer que la verdad está dentro. Uno no es quien le dijeron sus padres, amigos, la religión o los medios de comunicación. Y aquí está la trampa de la cual cuesta tanto salir. La razón, los mandatos, el deber ser, le dirán a mi cabeza qué es lo que está bien o qué es aceptado para mi vida. Eso es vivir una constante fantasía. El corazón, el sentir, la emoción, no impone ni dictamina, es pura libertad, pura verdad. Eso es vivir en una constante realidad.

Sé conciente de que la verborrea mental es un mal hábito. Nos anestesia. Siente tu cuerpo, escucha el ambiente, ve el paisaje, saborea la comida, huele el entorno. No te desconectes. Trata con amor a tu mente, pero date cuenta de que no es necesario repetir incansablemente lo que ya sabes. No te preocupes, no lo olvidarás; sólo aprenderás a escucharlo (y a expresarlo) cuando sea útil y bello.
Si quieres, puedes practicar para darle la bienvenida al silencio interior. El silencio interior te traerá paz, fluidez, bienestar y buenas ideas. Tu vida será mejor. Definitivamente. Porque le estarás haciendo lugar a Dios en tu vida.

Un Curso De Milagros

Capítulo 19

A. El primer obstáculo:
i. La atracción de la culpabilidad

La atracción de la culpabilidad hace que se le tenga miedo al amor, pues el amor nunca se fijaría en la culpabilidad en absoluto. La naturaleza del amor es contemplar solamente la verdad -donde se ve a sí mismo- y fundirse con ella en santa unión y en compleción. De la misma forma en que el amor no puede sino mirar más allá del miedo, así el miedo no puede ver el amor. Pues en el amor reside el fin de la culpabilidad tan inequívocamente como que el miedo depende de ella. El amor sólo se siente atraído por el amor. Al pasar por alto completamente a la culpabilidad, el amor no ve el miedo. Al estar totalmente desprovisto de ataque es imposible que pueda temer. El miedo se siente atraído por lo que el amor no ve, y ambos creen que lo que el otro ve, no existe. El miedo contempla la culpabilidad con la misma devoción con la que el amor se contempla a sí mismo. Y cada uno de ellos envía sus mensajeros, que retornan con mensajes escritos en el mismo lenguaje que se utilizó al enviarlos.
El amor envía a sus mensajeros tiernamente, y éstos retornan con mensajes de amor y de ternura. A los mensajeros del miedo se les ordena con aspereza que vayan en busca de culpabilidad, que hagan acopio de cualquier retazo de maldad y de pecado que puedan encontrar sin que se les escape ninguno so pena de muerte, y que los depositen ante su señor y amo respetuosamente. La percepción no puede obedecer a dos amos que piden distintos mensajes en lenguajes diferentes. El amor pasa por alto aquello en lo que el miedo se cebaría. Lo que el miedo exige, el amor ni siquiera lo puede ver. La intensa atracción que la culpabilidad siente por el miedo está completamente ausente de la tierna percepción del amor. Lo que el amor contempla no significa nada para el miedo y es completamente invisible.
Las relaciones que se entablan en este mundo son el resultado de cómo se ve el mundo. Y esto depende de la emoción a la que se pidió que enviara sus mensajeros para que lo contemplasen y regresasen trayendo noticias de lo que vieron. A los mensajeros del miedo se les adiestra mediante el terror, y tiemblan cuando su amo los llama para que le sirvan. Pues el miedo no tiene compasión ni siquiera con sus amigos. Sus mensajeros saquean culpablemente todo cuanto pueden en su desesperada búsqueda de culpabilidad, pues su amo los deja hambrientos y a la intemperie, instigando en ellos la crueldad y permitiéndoles que se sacien únicamente de lo que le llevan. Ni el más leve atisbo de culpabilidad se escapa de sus ojos hambrientos. Y en su despiadada búsqueda de pecados se abalanzan sobre cualquier cosa viviente que vean, y dando chillidos se la llevan a su amo para que él la devore.
No envíes al mundo a esos crueles mensajeros para que lo devoren y se ceben en la realidad. Pues te traerán noticia de carne, pellejo y huesos. Se les ha enseñado a buscar lo corruptible, y a retornar con los buches repletos de cosas podridas y descompuestas. Para ellos tales cosas son bellas, ya que parecen mitigar las crueles punzadas del hambre. Pues el dolor del miedo los pone frenéticos, y para evitar el castigo de aquel que los envía, le ofrecen lo que tienen en gran estima.
El Espíritu Santo te ha dado los mensajeros del amor para que los envíes en lugar de aquellos que adiestraste mediante el terror. Están tan ansiosos de devolverte lo que tienen en gran estima como los otros. Si los envías, sólo verán lo bello y lo puro, lo tierno y lo bondadoso. Tendrán el mismo cuidado de que no se les escape ningún acto de caridad, ninguna ínfima expresión de perdón ni ningún hálito de amor. Y retornarán con todas las cosas bellas que encuentren para compartirlas amorosamente contigo. No tengas miedo de ellos. Te ofrecen la salvación. Sus mensajes son mensajes de seguridad, pues ven el mundo como un lugar bondadoso.
Si envías únicamente los mensajeros que el Espíritu Santo te da, sin desear otros mensajes que los suyos, nunca más verás el miedo. El mundo quedará transformado ante tu vista, limpio de toda culpabilidad y teñido de una suave pincelada de belleza. No hay miedo en el mundo que tú mismo no hayas sembrado en él. Ni ninguno que puedas seguir viendo después de pedirles a los mensajeros del amor que lo desvanezcan. El Espíritu Santo te ha dado Sus mensajeros para que se los envíes a tu hermano y para que retornen a ti con lo que el amor ve. Se te han dado para reemplazar a los hambrientos perros del miedo que enviabas en su lugar. Y marchan adelante para dar a conocer que el fin del miedo ha llegado.
El amor también quiere desplegar ante ti un festín sobre una mesa cubierta con un mantel inmaculado, en un plácido jardín donde sólo se oye un cántico angelical y un suave y feliz murmullo. Es éste un banquete en honor de tu relación santa, en el que todo el mundo es un invitado de honor. Y en un instante santo todos bendecís la mesa de comunión juntos, al uniros fraternalmente ante ésta. Yo me uniré a vosotros ahí, tal como lo prometí hace mucho tiempo y como todavía lo sigo prometiendo. Pues en vuestra nueva relación se me da la bienvenida. Y donde se me da la bienvenida allí estoy.
Se me da la bienvenida en un estado de gracia, lo cual quiere decir que finalmente me has perdonado. Pues me convertí en el símbolo de tu pecado, y por esa razón tuve que morir en tu lugar. Para el ego el pecado significa muerte, y así la expiación se alcanza mediante el asesinato. Se considera que la salvación es un medio a través del cual el Hijo de Dios fue asesinado en tu lugar. Mas ¿iba acaso a ofrecerte a ti, a quien quiero, mi cuerpo, sabiendo lo insignificante que es? ¿O por el contrario, te enseñaría que los cuerpos no nos pueden separar? Mi cuerpo no fue más valioso que el tuyo; ni fue tampoco un mejor instrumento para comunicar lo que es la salvación, si bien no Su fuente. Nadie puede morir por otro, y la muerte no expía los pecados. Pero puedes vivir para mostrar que la muerte no es real. El cuerpo ciertamente parecerá ser el símbolo del pecado mientras creas que puede proporcionarte lo que deseas. Y mientras creas que puede darte placer, creerás también que puede causarte dolor. Pensar que podrías estar contento y satisfecho con tan poco es herirte a ti mismo; y limitar la felicidad de la que podrías gozar es recurrir al dolor para que llene tus escasas reservas y haga tu vida más plena. Esto es compleción tal como el ego lo entiende. Pues la culpabilidad se infiltra subrepticiamente allí donde se ha desplazado a la felicidad, y la substituye. La comunión es otra forma de compleción, que se extiende más allá de la culpabilidad porque se extiende más allá del cuerpo.
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