martes, 22 de abril de 2014

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B. El segundo obstáculo: La creencia de que el cuerpo es valioso por razón de lo que ofrece
Un Curso De Milagros

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Capítulo 19

B. El segundo obstáculo:
La creencia de que el cuerpo es valioso por razón de lo que ofrece

Dijimos que el primer obstáculo que la paz tiene que superar es tu deseo de deshacerte de ella. Allí donde la atracción de la culpabilidad impera, no se desea la paz. El segundo obstáculo que la paz tiene que superar, el cual está estrechamente vinculado al primero, es la creencia de que el cuerpo es valioso por razón de lo que ofrece. Pues aquí la atracción de la culpabilidad se pone de manifiesto en el cuerpo y se ve en él.
Éste es el tesoro que crees que la paz te arrebataría. De esto es de lo que crees que te despojaría, dejándote sin hogar. Y esta es la razón por la que le negarías a la paz un hogar. Consideras que ello supone un "sacrificio" excesivamente grande, y que se te está pidiendo demasiado. Mas ¿se trata realmente de un sacrificio o de una liberación? ¿Qué te ha dado realmente el cuerpo que justifique tu extraña creencia de que la salvación radica en él? ¿No te das cuenta de que eso es la creencia en la muerte? En esto es en lo que se centra la percepción según la cual la Expiación es un asesinato. He aquí la fuente de la idea de que el amor es miedo.
A los mensajeros del Espíritu Santo se les envía mucho más allá del cuerpo, para que exhorten a la mente a unirse en santa comunión y a estar en paz. Tal es el mensaje que yo les di para ti. Sólo los mensajeros del miedo ven el cuerpo, pues van en busca de lo que puede sufrir. ¿Es acaso un sacrificio que se le aparte a uno de lo que puede sufrir? El Espíritu Santo no te exige que sacrifiques la esperanza de obtener placer a través del cuerpo, pues no hay esperanza alguna de que el cuerpo te pueda proporcionar placer. Pero tampoco puede hacer que tengas miedo del dolor. El dolor es el único "sacrificio" que el Espíritu Santo te pide y lo que quiere eliminar.
La paz se extiende desde ti únicamente hasta lo eterno, y lo hace desde lo eterno en ti. Fluye a través de todo lo demás. El segundo obstáculo no es más impenetrable que el primero. Tú no quieres ni deshacerte de la paz ni limitarla. ¿Qué otra cosa pueden ser esos obstáculos que quieres interponer entre la paz y su avance, sino barreras que sitúas entre tu voluntad y sus logros? Deseas la comunión, no el festín del miedo. Deseas la salvación, no el dolor de la culpabilidad. Y deseas tener por morada a tu Padre y no a una mísera choza de barro. En tu relación santa se encuentra el Hijo de tu Padre, el cual nunca ha dejado de estar en comunión con Él ni consigo mismo. Cuando acordaste unirte a tu hermano reconociste esto. Reconocer eso no te cuesta nada, no que te libera de tener que hacer cualquier clase de pago.
Has pagado un precio exorbitante por tus ilusiones, y nada de eso por lo que tanto has pagado te ha brindado paz. ¿No te alegra saber que el Cielo no puede ser sacrificado y que no se te puede pedir ningún sacrificio? No puedes interponer ningún obstáculo en nuestra unión, pues yo ya formo parte de tu relación santa. Juntos superaremos cualquier obstáculo, pues nos encontramos ya dentro del portal, no afuera. ¡Cuán fácilmente se abren las puertas desde adentro, dando paso a la paz para que bendiga a un mundo agotado! ¿Cómo iba a sernos difícil pasar de largo las barreras cuando te has unido a lo ilimitado? En tus manos está poner fin a la culpabilidad. ¿Te detendrías ahora a buscar culpabilidad en tu hermano?
Deja que yo sea para ti el símbolo del fin de la culpabilidad, y contempla a tu hermano como me contemplarías a mí. Perdóname por todos los pecados que crees que el Hijo de Dios cometió. Y a la luz de tu perdón él recordará quién es y se olvidará de lo que nunca fue. Te pido perdón, pues si tú eres culpable, también lo tengo que ser yo. Mas si yo superé la culpabilidad y vencí al mundo, tú estabas conmigo. ¿Qué quieres ver en mi, el símbolo de la culpabilidad o el del fin de ésta? Pues recuerda que lo que yo signifique para ti es lo que verás dentro de ti mismo.
Desde tu relación santa la verdad proclama la verdad y el amor se contempla a sí mismo. La salvación fluye desde lo más profundo del hogar que nos ofrecisteis a mi Padre y a mí. Y allí estamos juntos, en la serena comunión en la que el Padre y el Hijo están unidos. ¡Venid, oh fieles, a la santa unión del Padre y del Hijo en vosotros! Y no os mantengáis aparte de lo que se os ofrece como muestra de agradecimiento por haberle dado a la paz su hogar en el Cielo. Llevad a todo el mundo el jubiloso mensaje del fin de la culpabilidad, y todo el mundo contestará. Piensa en lo feliz que te sentirás cuando todos den testimonio del fin del pecado y te muestren que el poder de éste ha desaparecido para siempre. ¿Dónde puede seguir habiendo culpabilidad una vez que la creencia en el pecado ha desaparecido? ¿Y dónde está la muerte, una vez que se ha dejado de oír para siempre a su gran defensor?
Perdóname por tus ilusiones, y libérame del castigo que me quieres imponer por lo que no hice. Y al enseñarle a tu hermano a ser libre, aprenderás lo que es la libertad que yo enseñé, y, por lo tanto, me liberarás a mí. Formo parte de tu relación santa, sin embargo, preferirías aprisionarme tras los obstáculos que interpones a la libertad e impedirme llegar hasta ti. Mas no es posible mantener alejado a Uno que ya está ahí. Y en Él se hace posible que nuestra comunión, en la que ya estamos unidos, sea el foco de la nueva percepción que derramará la luz que reside en ti por todo el mundo.

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