viernes, 11 de julio de 2014

La Paz


Estamos tan acostumbrados a este mundo patas arriba, que hemos perdido toda referencia del bien, aquel que dijo esa gran mentira “Prepárate para la guerra si quieres la paz”, solo estaba avalando la demencia de este mundo. La PAZ, es la absoluta ausencia de violencia en cualquiera de sus manifestaciones, internas o externas.
Vemos con estoicismo como se anarquiza el mundo Ucrania, Palestina/Israel, Brasil por tomar los ejemplos más sonados; sin contar con los países africanos islámicos que viven en un constante desangrar.
Buscamos culpables porque nos han convencido que el mundo se divide entre buenos y malos, que quienes ahora son victimarios son culpables y quienes ahora son víctimas merecen toda compasión. El gran éxito quienes en esta vida les ha tocado hacer el papel de victimarios, es la gran ignorancia de la que se hace gala, las personas fácilmente se identifican con cosas como el holocausto judío, pero ni si quiera se han enterado del holocausto palestino.

Creemos que sufrimos porque estamos condenados, que hemos cometido alguna clase de pecado eterno, pero no hemos reparado en algo muy necesario; somos creación de Dios, Universo, Existencia, Ala o como le quieran llamar, hechos a su imagen y semejanza, somos energía divina y la energía no se termina, se transforma y sigue de forma infinita, así es la creación del creador infinita por lo tanto estamos regresando cada vez y cuando a este plano de vida para pulir nuestros cristales (alma-espíritu), pero el sueño profundo en el que vivimos y la confusión nos ha hecho pensar que esta vida es única y es todo y nos hemos perdido en un mar de culpables, sociedades secretas, dictadores, religiones, científicos e historias fantasiosas de quien quien es primero el huevo o la gallina.
Las victimas de hoy tal vez fueron los victimarios de ayer, excepto un grupo oscuro que conserva su linaje de sangre y poseen el conocimiento que todos deberíamos poseer, para tener la conciencia despierta y salir de este sueño, todos los demás estamos sujetos a volver a este plano hasta que aprendamos lo que tenemos que aprender para continuar nuestra evolución y elevación.


Hasta que no termine el sueño y salgamos de la ignorancia, no importa quien mate a quien, seguiremos sufriendo en una vida seres yunque y en la otra martillo, lo único que deberíamos buscar es la PAZ que nos conecta con el universo y nos da el entendimiento para discernir  toda esta anarquía provocada por quienes nos quieren asustados, con miedo vibrando bajo para ellos alimentarse y reinar.   
El temor a sanar 

Vídeo del capítulo 27. II. Un Curso de Milagros


Un Curso De Milagros

Capítulo 27

El temor a sanar

¿Es atemorizante sanar? Si, para muchos lo es. Pues la acusación es un obstáculo para el amor, y los cuerpos enfermos son ciertamente acusadores. Obstruyen completamente el camino de la confianza y de la paz, proclamando que los débiles no pueden tener confianza y que los lesionados no tienen motivos para gozar de paz. ¿Quién que haya sido herido por su hermano podría amarlo aún y confiar en él? Pues su hermano lo atacó y lo volverá a hacer. No lo protejas, ya que tu cuerpo lesionado demuestra que es a ti a quien se debe proteger de él. Tal vez perdonarlo sea un acto de caridad, pero no es algo que él se merezca. Se le puede compadecer por su culpabilidad, pero no puede ser eximido. Y si le perdonas sus transgresiones, no haces sino añadir otro fardo más a la culpabilidad que realmente ya ha acumulado.
Los que no han sanado no pueden perdonar. Pues son los testigos de que el perdón es injusto. Prefieren conservar las consecuencias de la culpabilidad que no reconocen. No obstante, nadie puede perdonar un pecado que considere real. Y lo que tiene consecuencias tiene que ser real porque lo que ha hecho está ahí a la vista. El perdón no es piedad, la cual no hace sino tratar de perdonar lo que cree que es verdad. No se puede devolver bondad por maldad, pues el perdón no establece primero que el pecado sea real para luego perdonarlo. Nadie que esté hablando en serio diría: "Hermano, me has herido. Sin embargo, puesto que de los dos yo soy el mejor, te perdono por el dolor que me has ocasionado". Perdonarle y seguir sintiendo dolor es imposible, pues ambas cosas no pueden coexistir. Una niega a la otra y hace que sea falsa.
Ser testigo del pecado y, al mismo tiempo, perdonarlo es una paradoja que la razón no puede concebir. Pues afirma que lo que se te ha hecho no merece perdón. Y si lo concedes, eres clemente con tu hermano, pero conservas la prueba de que él no es realmente inocente. Los enfermos siguen siendo acusadores. No pueden perdonar a sus hermanos, ni perdonarse a sí mismos. Nadie sobre quien el verdadero perdón descanse puede sufrir, pues ya no exhibe la prueba del pecado ante los ojos de su hermano. Por lo tanto, debe haberlo pasado por alto y haberlo eliminado de su propia vista. El perdón no puede ser para uno y no para el otro. El que perdona se cura. Y en su curación radica la prueba de que ha perdonado verdaderamente y de que no guarda traza alguna de condenación que todavía pudiese utilizar contra sí mismo o contra cualquier cosa viviente.
El perdón no es real a menos que os brinde curación a tu hermano y a ti. Debes dar testimonio de que sus pecados no tienen efecto alguno sobre ti, y demostrar así que no son reales. ¿De qué otra manera podría ser él inocente? ¿Y cómo podría estar justificada su inocencia a menos que sus pecados careciesen de los efectos que confirmarían su culpabilidad? Los pecados están más allá del perdón simplemente porque entrañarían efectos que no podrían cancelarse ni pasarse por alto completamente. En el hecho de que puedan cancelarse radica la prueba de que son simplemente errores. Permite ser curado para que de este modo puedas perdonar y ofrecer salvación a tu hermano y a ti.
Un cuerpo enfermo demuestra que la mente no ha sanado. Un milagro de curación prueba que la separación no tiene efectos. Creerás en aquello que le quieras probar a tu hermano. El poder de tu testimonio procede de tus creencias. Y todo lo que dices, haces o piensas no hace sino dar testimonio de lo que le enseñas a él. Tu cuerpo puede ser el medio para demostrar que nunca has sufrido por causa de él. Y al sanar puede ofrecerle un mudo testimonio de su inocencia. Este testimonio es el que puede hablar con más elocuencia que mil lenguas juntas, pues le prueba que ha sido perdonado.
Un milagro no le puede ofrecer menos a él de lo que te ha dado a ti. De esta manera, tu curación demuestra que tu mente ha sanado y que ha perdonado lo que tu hermano no hizo. Y así, él se convence de que jamás perdió su inocencia y sana junto contigo. El milagro deshace de este modo todas las cosas que, según el mundo, jamás podrían deshacerse. Y la desesperanza y la muerte no pueden sino desaparecer ante el ancestral clarín que llama a la vida. Esta llamada es mucho más poderosa que las débiles y miserables súplicas de la muerte y la culpabilidad. La ancestral llamada que el Padre le hace a Su Hijo, y el Hijo a los suyos, será la última trompeta que el mundo jamás oirá. Hermano, la muerte no existe. Y aprenderás esto cuando tu único deseo sea mostrarle a tu hermano que él jamás te hirió. Él cree que tiene las manos manchadas de tu sangre, y, por lo tanto, que está condenado. Mas se te ha concedido poder mostrarle, mediante tu curación, que su culpabilidad no es sino la trama de un sueño absurdo.
¡Cuán justos son los milagros! Pues os otorgan a ti y a tu hermano el mismo regalo de absoluta liberación de la culpabilidad. Tu curación os evita dolor a ti y a él, y sanas porque le deseaste el bien. Ésta es la ley que el milagro obedece: la curación no ve diferencias en absoluto. No procede de la compasión, sino del amor. Y el amor quiere probar que todo sufrimiento no es sino una vana imaginación, un absurdo deseo sin consecuencia alguna. Tu salud es uno de los resultados de tu deseo de no ver a tu hermano con las manos manchadas de sangre, ni de ver culpabilidad en su corazón apesadumbrado por la prueba del pecado. Y lo que deseas se te concede para que lo puedas ver.
El "costo" de tu serenidad es la suya. Éste es el "precio" que el Espíritu Santo y el mundo interpretan de manera diferente. El mundo lo percibe como una afirmación del "hecho" de que con tu salvación se sacrifica la suya. El Espíritu Santo sabe que tu curación da testimonio de la suya y de que no puede hallarse aparte de ella en absoluto. Mientras tu hermano consienta sufrir, tú no podrás sanar. Mas tú le puedes mostrar que su sufrimiento no tiene ningún propósito ni causa alguna. Muéstrale que has sanado, y él no consentirá sufrir por más tiempo. Pues su inocencia habrá quedado clara ante sus propios ojos y ante los tuyos. Y la risa reemplazará a vuestros lamentos, pues el Hijo de Dios habrá recordado que él es el Hijo de Dios.
¿Quién tiene, entonces, miedo de sanar? Sólo aquellos para quienes el sacrificio y el dolor de su hermano representan su propia serenidad. Su propia impotencia y debilidad sirven de base para justificar el dolor de su hermano. El constante aguijón de culpabilidad que su hermano experimenta sirve para probar que él es un esclavo, pero que ellos son libres. El constante dolor que sufren es la prueba de que ellos son libres porque pueden mantener cautivo a su hermano. Y desean la enfermedad para evitar que la balanza del sacrificio se incline a favor de aquél. ¿Cómo se podría persuadir al Espíritu Santo para que se detuviese por un instante, o incluso menos, a razonar con semejantes argumentos en favor de la enfermedad? ¿Y es acaso menester demorar tu curación porque te detengas a escuchar a la demencia?
Tu función no es corregir. La función de corregir le corresponde a Uno que conoce la justicia, no la culpabilidad. Si asumes el papel de corrector, ya no puedes llevar a cabo la función de perdonar. Nadie puede perdonar hasta que aprende que corregir es tan solo perdonar, nunca acusar. Por tu cuenta, no podrás percatarte de que son lo mismo, y de que, por lo tanto, no es a ti a quien corresponde corregir. Identidad y función son una misma cosa, y mediante tu función te conoces a ti mismo. De modo que si confundes tu función con la función de Otro, es que estás confundido con respecto a ti mismo y con respecto a quién eres. ¿Qué es la separación sino un deseo de arrebatarle a Dios Su función y negar que sea Suya? Mas si no es Su función, tampoco es la tuya, pues no puedes por menos que perder aquello de lo que te apoderas.
En una mente escindida, la identidad no puede sino dar la impresión de que está dividida. Nadie puede percibir que una función está unificada, si ésta tiene propósitos conflictivos y objetivos diferentes. Para una mente tan dividida como la tuya, corregir no es sino una manera de castigar a otro por los pecados que tú crees son tus propios pecados. Y de este modo, el otro se convierte en tu víctima, no en tu hermano, diferente de ti por el hecho de ser más culpable, y tener, por lo tanto, necesidad de que lo corrijas, al ser tú más inocente que él. Esto separa su función de la tuya, y os da a ambos un papel diferente. Y así, no podéis ser percibidos como uno y con una sola función, lo cual querría decir que compartís una misma identidad y un solo objetivo.
La corrección que  quisieras llevar a cabo no puede sino causar separación, ya que ésa es la función que  le otorgaste. Cuando percibas que la corrección es lo mismo que el perdón, sabrás también que la Mente del Espíritu Santo y la tuya son una. Y de esta manera, habrás hallado tu propia Identidad. No obstante, Él tiene que operar con lo que se le da, y tú sólo le permites ocupar la mitad de tu mente. Y así, Él representa la otra mitad, y parece tener un propósito diferente de aquel que tú abrigas y crees que es el tuyo. De este modo, tu función parece estar dividida, con una de sus mitades en oposición a la otra. Esas dos mitades parecen representar la separación de un ser que se percibe dividido en dos.
Observa cómo esta percepción de ti mismo no puede sino extenderse, y no pases por alto el hecho de que todo pensamiento se extiende porque ése es su propósito debido a lo que realmente es. De la idea de que el ser se compone de dos partes, surge necesariamente el punto de vista de que su función está dividida entre las dos. Pero lo que quieres corregir es solamente la mitad del error, que tú crees que es todo el error. Los pecados de tu hermano se convierten, de este modo, en el blanco central de la corrección, no vaya a ser que tus errores y los suyos se vean como el mismo error. Los tuyos son equivocaciones, pero los suyos son pecados y, por ende, no son como los tuyos. Los suyos merecen castigo, mientras que los tuyos, si vamos a ser justos, deberían pasarse por alto.
De acuerdo con esta interpretación de lo que significa corregir no podrás ver tus propios errores. Pues habrás trasladado el blanco de la corrección fuera de ti mismo, sobre uno que no puede ser parte de ti mientras esa percepción perdure. Aquel al que se condena jamás puede volver a formar parte del que lo acusa, quien lo odiaba y todavía lo sigue odiando por ser un símbolo de su propio miedo. He aquí a tu hermano, el blanco de tu odio, quien no es digno de formar parte de ti, y es, por lo tanto, algo externo a ti: la otra mitad, la que se repudia. Y sólo lo que se deja privado de su presencia se percibe como todo lo que tú eres. El Espíritu Santo tiene que representar esta otra mitad hasta que tú reconozcas que es la otra mitad. Y Él hace esto asignándoos a ti y a tu hermano la misma función y no una diferente.
Corregir es la función que se os ha dado a ambos, pero no a ninguno de vosotros por separado. Y cuando la lleváis a cabo reconociendo que es una función que compartís, no puede sino corregir los errores de ambos. No puede dejar errores sin corregir en uno y liberar al otro. Eso sería un propósito dividido, que, por lo tanto, no se podría compartir. Y así, no puede ser el objetivo en el que el Espíritu Santo ve el Suyo Propio. Y puedes estar seguro de que Él no llevará a cabo una función que no vea y reconozca como Propia. Pues sólo así puede Él mantener la vuestra intacta, a pesar de vuestros diferentes puntos de vistas con respecto a lo que es vuestra función. Si Él apoyase una función dividida, estaríais ciertamente perdidos. La incapacidad del Espíritu Santo de ver Su objetivo dividido y como algo distinto para cada uno de vosotros, te impide ser consciente de una función que no es la tuya. De esta manera, la curación se os concede a los dos.
La corrección debe dejarse en manos de Uno que sabe que la corrección y el perdón son lo mismo. Cuando sólo se dispone de la mitad de la mente, esto es incomprensible. Deja, pues, la corrección en manos de la Mente que está unida y que opera como una sola porque su propósito es indiviso y únicamente puede concebir como suya una sola función. He aquí la función que se le dio, concebida para que fuese la suya propia y no algo aparte de aquello que su Dador todavía conserva precisamenteporque es una función que se ha compartido. En el hecho de que Él acepte esta función residen los medios a través de los cuales tu mente se unifica. Este único propósito unifica las dos mitades de ti que tú percibes como separadas. Y cada uno perdona al otro, a fin de poder aceptar su otra mitad como parte de sí mismo.
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