miércoles, 19 de marzo de 2014



Suelta lo que te daña sin importar cuanto duela
nos acostumbramos a vivir hiriéndonos o recibiendo agravios, y nos apegamos a ello. Abrazamos el sufrimiento. Nos obligamos a convertirnos en víctimas, y para toda víctima hay un verdugo, ya sea este verdugo un pensamiento, una emoción, una persona, una sustancia o un trabajo insatisfactorio. Todo esto a través del apego.
Los vómitos, las diarreas, las peleas, los levantamientos en armas, las noches insomnes, los días llorando, las separaciones que duelen físicamente, etc., existen porque son manifestaciones muy fuertes de un desprendimiento de algo a lo que teníamos un apego firmemente arraigado en muchos niveles. O de algo que nos estaba intoxicando. Sólo con una manifestación así de fuerte fue posible la desintoxicación o la liberación. Pero no necesariamente imprescindibles. Sólo fueron una forma de soltar. Una forma de soltar que quizás no hubiera sido necesaria si hubiéramos soltado desde que nuestra mente supo, o nuestro cuerpo nos advirtió, que algo andaba mal y debía ser cambiado o abandonado. Hay manifestaciones poderosas o espectaculares de desprendimiento, tanto físico como mental, pero son sólo manifestaciones de lo único necesario: soltar.
Las enfermedades, los dolores, la pobreza, etc. Existen como indicaciones poderosas de que algo no está bien y debe ser transformado o abandonado. Algo debe ser corregido. Es decir, los dolores muy grandes no son sino agentes que buscan persuadirnos de que hay algo que soltar. Si te hiere o te profana, suéltalo. El mensaje es claro.
El objetivo de este texto es invitarte a que te desprendas de lo que te lastima.
Y a que no tengas miedo de hacerlo. Sabe que no necesariamente sufrirás. El sufrimiento será únicamente un indicador de cuán apegado estabas a lo que ultrajaba (casi todo aquello de lo que te tienes que desprender es interno, o tiene sus bases en un estado interior). Sabe que puedes liberarte de tu sufrimiento sólo con renunciar al apego que tienes por aquello que te lastima.
Con sólo renunciar a nuestro apego podríamos liberarnos de nuestro dolor y minimizar, o incluso anular, el dolor del desprendimiento.
Lo único que necesitamos es soltar. Elegiremos la forma, si podemos, o aceptaremos la más viable, si no; pero se mantendrá siendo verdad el hecho de que lo único que necesitamos para liberarnos del mal fue renunciar al apego que tenemos por lo que nos causa daño. Lo único que necesitamos es soltar.
Sufrimos porque abrazamos el sufrimiento. O porque abrazamos las causas del sufrimiento que, sintiéndose placenteras en el presente, nos atan irremisiblemente a una desdicha futura.
Decidiendo soltar el sufrimiento o sus causas, nos liberaremos de él.
Renunciemos al daño, dejando de abrazar a este indigno compañero de viaje. Y en su lugar estará listo el gozo, recibiéndonos con los brazos abiertos.
Sin apego por lo que no es bueno para nosotros. Sin miedo al desprendimiento.
Lo único que necesitamos para ser libres, es soltar.
El mundo perdonado

Vídeo del capítulo 17. II. Un Curso de Milagros

Un Curso De Milagros

Capítulo 17

El mundo perdonado

¡Imagínate cuán hermosos te parecerán todos aquellos a quienes hayas perdonado! En ninguna fantasía habrás visto nunca nada tan bello. Nada de lo que ves aquí, ya sea en sueños o despierto, puede compararse con semejante belleza. Y no habrá nada que valores tanto como esto ni nada que tengas en tanta estima. Nada que recuerdes que en alguna ocasión hiciera cantar a tu corazón de alegría te brindó ni una mínima parte de la felicidad que esta visión ha de brindarte. Pues gracias a ella podrás ver al Hijo de Dios. Contemplarás la belleza que el Espíritu Santo adora contemplar, y por la que le da gracias al Padre. Él fue creado para ver esto por ti hasta que tú aprendas a verlo por tu cuenta. Y todas Sus enseñanzas conducen a esa visión y a dar gracias con Él.
Esta belleza no es una fantasía. Es el mundo real, resplandeciente, puro y nuevo, en el que todo refulge bajo la luz del Sol. No hay nada oculto aquí, pues todo ha sido perdonado y ya no quedan fantasías que oculten la verdad. El puente entre ese mundo y éste es tan corto y tan fácil de cruzar, que nunca te hubieses podido imaginar que fuese el punto de encuentro de mundos tan dispares. Mas este corto puente es la cosa más poderosa conectada a este mundo. Este ínfimo paso, tan pequeño que ni siquiera has reparado en él, es un salto que te lleva a través del tiempo hasta la eternidad, y te conduce más allá de toda fealdad hacia una belleza que te subyugará y que nunca cesará de maravillarte con su perfección.
Este paso, el más corto que jamás se haya dado, sigue siendo el mayor logro en el plan de Dios para la Expiación. Todo lo demás se aprende, pero esto es algo que se nos da, y que es completo en sí mismo y absolutamente perfecto. Nadie, excepto Aquel que planeó la salvación, podría completarlo tan perfectamente. El mundo real, en toda su belleza, es algo que se aprende a alcanzar. Todas las fantasías se desvanecen y nada ni nadie continúa siendo prisionero de ellas, y gracias a tu propio perdón ahora puedes ver. Lo que ves, sin embargo, es únicamente lo que inventaste, excepto que ahora la bendición de tu perdón descansa sobre ello. Y con esta última bendición que el Hijo de Dios se da a sí mismo, la percepción real, nacida de la nueva perspectiva que ha aprendido, habrá cumplido su propósito.
Las estrellas se desvanecerán en la luz, y el sol que iluminó al mundo para que su belleza se pudiese apreciar desaparecerá. La percepción no tendrá razón de ser cuando haya sido perfeccionada, pues nada que haya sido utilizado para el aprendizaje tendrá función alguna. Nada cambiará jamás; y las fluctuaciones y los matices, así como las diferencias y contrastes que hacían que la percepción fuese posible cesarán. La percepción del mundo real será tan fugaz que apenas tendrás tiempo de dar gracias a Dios por él. Pues una vez que hayas alcanzado el mundo real y estés listo para recibir a Dios, Él dará de inmediato el último paso.
El mundo real se alcanza simplemente mediante el completo perdón del viejo mundo, aquel que contemplas sin perdonar. El Gran Transformador de la percepción emprenderá contigo un examen minucioso de la mente que dio lugar a ese mundo, y te revelará las aparentes razones por las que lo construiste. A la luz de la auténtica razón que le caracteriza te darás cuenta, a medida que lo sigas, de que ese mundo está totalmente desprovisto de razón. Cada punto que Su razón toque florecerá con belleza, y lo que parecía feo en la obscuridad de tu falta de razón, se verá transformado de repente en algo hermoso. Ni siquiera lo que el Hijo de Dios inventó en su demencia podría no tener oculto dentro de sí una chispa de belleza que la dulzura no pudiese liberar.
Esta belleza brotará para bendecir todo cuanto veas, conforme contemples al mundo con los ojos del perdón. Pues el perdón transforma literalmente la visión, y te permite ver el mundo real alzarse por encima del caos y envolverlo dulce y calladamente, eliminando todas las ilusiones que habían tergiversado tu percepción y que la mantenían anclada en el pasado. La hoja más insignificante se convierte en algo maravilloso, y las briznas de hierba en símbolos de la perfección de Dios.
Desde el mundo perdonado el Hijo de Dios es elevado fácilmente hasta su hogar. Y una vez en él sabrá que siempre había descansado allí en paz. Incluso la salvación se convertirá en un sueño y desaparecerá de su mente. Pues la salvación es el final de los sueños, y dejará de tener sentido cuando el sueño finalice. ¿Y quién, una vez despierto en el Cielo, podría soñar que aun pueda haber necesidad de salvación?
¿Cuánto deseas la salvación? Pues ella te dará el mundo real, el cual está esperando ansiosamente ese momento. Las ansias del Espíritu Santo por dártelo son tan intensas que Él no quisiera esperar, si bien espera pacientemente. Une Su paciencia a tu impaciencia para que tu encuentro con Él no se demore más. Ve gustosamente a encontrarte con tu Redentor, y con absoluta confianza abandona con Él este mundo y entra al mundo real de belleza y perdón.
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