Hay algo dentro de nosotros que no consideramos parte de esa partícula divina. Una parte que parece ir en contra de nosotros y de los demás. Algo que nos impide experimentar y expresar nuestra más alta naturaleza. En algunas nuevas corrientes espirituales se ha vuelto muy común llamar “ego” a esa parte.
El “ego” ha venido a convertirse en una especie de chivo expiatorio de todo lo que no nos gusta de nosotros mismos, de todo lo que no queremos aceptar como parte de nosotros. Si gritamos culpamos al ego, si no actuamos con nobleza él es el responsable, si lloramos o hacemos llorar es porque seguimos al ego. Se ha abusado tanto del término que puede representar conductas diametralmente diferentes: para algunos, si cedes a tus deseos carnales es debido a que el ego te poseyó pero, para otros, si no cedes a tus deseos carnales es porque tienes un ego muy soberbio que se cree superior a los demás.
Hay dentro de nosotros la posibilidad de expresar pensamientos, palabras y acciones que serán buenas para nosotros y buenas para otros. Sin que importe el nombre que les otorguemos, todos sentimos en nuestro corazón que esto es así.
También existe dentro de nosotros la posibilidad de albergar pensamientos, pronunciar palabras y cometer acciones que nos harán daño y/o se lo harán a los demás.
Lo que importa en todo esto, desde luego, es vivir felices y apoyar a los demás para que sean felices también. Hace poco comentamos que, de hecho, esta es la aplicación original de la palabra “ética”; hacía referencia a la forma en la que conviene vivir al ser humano para ser completamente feliz.
Podemos trabajar con nosotros mismos para expresar esa parte divina de nosotros y para limpiar nuestro corazón, nuestra mente y nuestro cuerpo de esa otra que nos daña.
El concepto que tenemos del “ego” es un poco amorfo y nebuloso, sobre todo cuando queremos hablar de su posible origen metafísico.
Sin entrar en consideraciones de esta índole, me gustaría proponer que pensemos en él como una serie de aprendizajes erróneos y experiencias no digeridas que han venido a formar una doble identidad en nuestro interior o un filtro contaminado que ensucia tanto las percepciones de lo que viene de fuera como las manifestaciones de lo que mostramos al mundo.
Piensa, por favor, en alguna actividad, palabra, pensamiento, hábito, emoción recurrente, situación o adicción que atribuyas al ego. Piensa también, si crees que puede ser atribuido a algo que te enseñaron antes de que supieras si era bueno o malo para ti, o si crees que se formó con una experiencia muy dolorosa de la que no te has recuperado completamente. Si puedes rastrear ese sufrimiento en cualquiera de estas dos causas, tienes también una forma muy clara y directa para trabajar activamente en cambiar tu vida: aprende y cultiva algo diferente y/o digiere tus experiencias y elimina lo que ya no te sirve para vivir en el presente.
El Loco
http://www.tuluzinterior.com/
El “ego” ha venido a convertirse en una especie de chivo expiatorio de todo lo que no nos gusta de nosotros mismos, de todo lo que no queremos aceptar como parte de nosotros. Si gritamos culpamos al ego, si no actuamos con nobleza él es el responsable, si lloramos o hacemos llorar es porque seguimos al ego. Se ha abusado tanto del término que puede representar conductas diametralmente diferentes: para algunos, si cedes a tus deseos carnales es debido a que el ego te poseyó pero, para otros, si no cedes a tus deseos carnales es porque tienes un ego muy soberbio que se cree superior a los demás.
Hay dentro de nosotros la posibilidad de expresar pensamientos, palabras y acciones que serán buenas para nosotros y buenas para otros. Sin que importe el nombre que les otorguemos, todos sentimos en nuestro corazón que esto es así.
También existe dentro de nosotros la posibilidad de albergar pensamientos, pronunciar palabras y cometer acciones que nos harán daño y/o se lo harán a los demás.
Lo que importa en todo esto, desde luego, es vivir felices y apoyar a los demás para que sean felices también. Hace poco comentamos que, de hecho, esta es la aplicación original de la palabra “ética”; hacía referencia a la forma en la que conviene vivir al ser humano para ser completamente feliz.
Podemos trabajar con nosotros mismos para expresar esa parte divina de nosotros y para limpiar nuestro corazón, nuestra mente y nuestro cuerpo de esa otra que nos daña.
El concepto que tenemos del “ego” es un poco amorfo y nebuloso, sobre todo cuando queremos hablar de su posible origen metafísico.
Sin entrar en consideraciones de esta índole, me gustaría proponer que pensemos en él como una serie de aprendizajes erróneos y experiencias no digeridas que han venido a formar una doble identidad en nuestro interior o un filtro contaminado que ensucia tanto las percepciones de lo que viene de fuera como las manifestaciones de lo que mostramos al mundo.
Piensa, por favor, en alguna actividad, palabra, pensamiento, hábito, emoción recurrente, situación o adicción que atribuyas al ego. Piensa también, si crees que puede ser atribuido a algo que te enseñaron antes de que supieras si era bueno o malo para ti, o si crees que se formó con una experiencia muy dolorosa de la que no te has recuperado completamente. Si puedes rastrear ese sufrimiento en cualquiera de estas dos causas, tienes también una forma muy clara y directa para trabajar activamente en cambiar tu vida: aprende y cultiva algo diferente y/o digiere tus experiencias y elimina lo que ya no te sirve para vivir en el presente.
El Loco
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