jueves, 26 de noviembre de 2015

UNA BATERÍA DE CEREBROS PRODUCIENDO ONDAS
Para mantener muchos cerebros sumistradores de “ondas” juntos, los dioses han diseñado LAS RELIGIONES. Fíjese el lector en este curioso detalle: cuando los pueblos primitivos aún no habían desarrollado ningún tipo de arte ni había atisbos de que podría llamarse una cultura, ya practicaban alguna suerte de religión; y, de hecho, lo primero que encuentran los arqueólogos cuando estudian los restos de un pueblo, por primitivo que este haya sido, es algún objeto o resto relacionado con su religión. Uno tiene derecho a pensar que aquellos seres de inteligencias rudimentarias, de lo último que deberían preocuparse sería de la religión, acosados como estaban por el hambre, por las inclemencias del tiempo y hasta por las fieras. Y, sin embargo, comprobamos con asombro que, de una manera u otra, sus cuerpos se reunían en determinados lugares para sacrificar animales y sus mentes se unían para pedir, para aplacar, pala alabar y para temer… porque los dioses siempre han dado una de cal y otra de arena; han ayudado, pero han amenazado y han castigado, si no se obedecían sus mandatos. Así mantenían un temor y una expectación que les ayudaban a conseguir la materia prima que necesitaban de los hombres.
Dejando a un lado a las sociedades primitivas, podemos ver que las religiones son el instrumento perfecto aun hoy día, para lograr estos fines. La idea que estoy exponiendo saltó a mi mente cierta noche ventosa, fría y húmeda, en la que desde una altura contemplaba la enorme multitud concentrada en la gran explanada que se extiende ante el santuario de Fátima. Los cientos de miles de velas en la oscuridad me parecieron, por un momento, chispas que brotaban de aquellas almas enfervorizadas por el amor a la Virgen, y de aquellos cuerpos martirizados por el húmedo frío que calaba hasta los huesos. Recuerdo que incluso miré hacia arriba a ver si lograba ver a los vendimiadores de toda aquella energía, tan fácilmente recogible, por lo apiñada y por lo a flor que la tenían los allí presentes. Mis ojos solo pudieron ver el negro cielo claveteado de estrellas. ¡Pero qué inmensa batería se extendía a mis pies! Cada una de aquellas mentes aportaba su amor, sus ansias, sus deseos, sus angustias, sus remordimientos, sus esperanzas… y su dolor: la gran mortificación que indudablemente sentían en aquel momento, afectados por el frío, la humedad y, probablemente, el hambre y el cansancio. Pero con gusto ofrecían todo aquello, movidos por su fervor religioso. Por eso expresé anteriormente que aquella energía era fácilmente recogible; porque los que la tenían estaban deseosos de entregarla.
La religión –en sus muchos aspectos y considerada en conjunto—es un formidable instrumento para lograr los estados de ánimo principales en los que nuestros cerebros son capaces de emitir esa energía que interesa a nuestros visitantes. Los estados de ánimo más propicios para que la mente humana emita esta energía son el dolor con sus muchas facetas, la excitación, en la que también puede haber muchos aspectos, y la expectación cuando es profunda y, sobre todo, constante.
LAS GUERRAS son otra estrategia que los dioses han usado a lo largo de la historia y que siguen llevando a la práctica. La historia humana está plagada de guerras de todo tipo, y una de las causas más importantes que las genera han sido las religiones.
En la actualidad, la tecnología más avanzada se ha puesto al servicio de la guerra, y somos capaces de matar más gente en un segundo, que antes en un siglo. Porque los avances tecnológicos, antes de ponerse al servicio de los ciudadanos para que mejorar sus vidas y facilitar su trabajo, caen en poder de los individuos que en cada país ocupan las altas posiciones militares y se ponen, incondicionalmente, al servicio de la guerra. Los “pentágonos” de cada país –en los que existe una mentalidad absolutamente paranoide— planifican concienzudamente las matanzas humanas. Son las marionetas de los dioses, encargados de la inmolación de soldados en las batallas.
Nunca he entendido la mentalidad castrense ni me he explicado cómo personas honestas pueden escoger gustosa y voluntariamente la carrera de las armas. Los militares, lo mejor que pueden hacer, es no hacer nada. Porque si hacen lo que saben, harán la guerra. Y la guerra –hoy, más que nunca— la guerra de bombas y de balas, y de hambre y de sangre –y no digamos si es bacteriológica— es siempre mala. Por lo tanto ¿por qué elegir una carrera cuyo fin material es la violencia y cuya culminación lleva a la destrucción y a la muerte de otros seres humanos?
Pero, como ya expresamos en otra parte, aparte de la religión, lo que se tiene presente para cohonestar la guerra es LA PATRIA –otra de las estrategias—, alrededor de la cual la mente humana ha sido cuidadosamente manipulada y condicionada desde el nacimiento hasta el punto de perder toda noción de perspectiva, y ver a todos aquellos que no son compatriotas, más como unos enemigos en potencia que como seres humanos iguales a nosotros. (Del libro “Defendámonos de los dioses”, Ed. Algar, Madrid, 1984).

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