jueves, 9 de enero de 2014

La vida misma, la verdadera ceremonia

Es fácil decir que amamos a todo el mundo y que vibramos en armonía. Lo difícil es llevar ese estado a lo que experimentamos en la cotidianidad.
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Actualmente, la oferta de talleres, terapias, ceremonias y muchos otros “productos espirituales”, han posibilitado que contactemos con aspectos de la vida que de otra forma desconoceríamos.
Si bien la información resulta útil, el riesgo es quedarse atrapado viendo figuras de luz y colores y caer fácilmente en la adicción a esas terapias, cursos y ceremonias. Es común en este tipo de ambientes la siguiente pregunta : “¿que hago cuando vuelva al mundo real después de haber experimentado sensaciones tan maravillosas?”. No encontrar una respuesta es justamente lo que nos mantiene atados a querer experimentar, una y otra vez, esas sensaciones.
Es fácil sentirse bien, sentirse luminoso mientras duran nuestras “experiencias espirituales”. Es fácil decir que amamos a todo el mundo y que vibramos en armonía. Lo difícil es llevar ese estado a lo que experimentamos en la cotidianidad.
Ese es el desafío, darnos cuenta de que no hay algo que no sea sagrado. Caminar por la calle de cualquier ciudad del mundo es en si misma una experiencia sagrada.
Cuando salgo de mi terapia, de mis sesiones de lo que sea que esté haciendo, cuando acaba la ceremonia, ahí empieza el momento de aplicar lo aprendido, ahí empieza la verdadera ceremonia, que es la vida misma.
No se trata de vivir de ceremonia en ceremonia, sino de darse cuenta de que cada pequeño acto es una ceremonia sagrada. Vivir en un estado de presencia nos puede acercar a esta comprensión, aceptar el momento y vivírselo a fondo, traiga lo que traiga.
Imagen Travis Aitchs

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